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El sistema penal intenta gestionar las violencias de cierta intensidad que cometemos o podemos cometer las personas, así como reparar los daños que éstas generan. Se trata de actos violentos ejecutados por quienes delinquen y que, en la mayoría de las ocasiones, se vuelven contra éstos por la legítima intervención de las instituciones penales. Pero no se puede ignorar la violencia que padecen quienes son condenados por error; o los daños tan difíciles de superar por quienes ha sufrido delitos, donde la reparación se queda normalmente muy corta. Por no hablar de la victimización secundaria a que somete el sistema penal a quienes han padecido un delito. Víctimas y victimarios representan papeles de un "teatro" en cuyo guión la vida y sus avatares nos pueden forzar a tomar parte. He conocido personas que nunca pensaron que iban a cometer un delito y finalmente se vieron encausados, y sus familiares padeciendo las consecuencias. También he tratado con personas que trabajaron de policías y acabaron en la cárcel y me cuentan del intenso daño que sufren allá. También he convivido personas que tuvieron profesiones distintas, o ni siquiera llegaron a tener alguna y saben del dolor del sistema penal, porque ellos mismos, sus hijos o hermanos, acabaron entre rejas. 

El dolor que aplica el sistema no justifica ni resta la responsabilidad por los delitos ni los comportamientos violentos. Ni mucho menos. Son violencias distintas que para ser comprendidas necesitan valentía. Por un lado, atreverse a asumir la responsabilidad personal para poder comenzar a vislumbrar el por qué y el para qué del comportamiento injustificable, tener audacia de pedir perdón por el daño afligido, todo ello encaminado a una comprensión profunda que permite liberar de la culpa, o transformar ésta en responsabilidad y, así, obtener paz. Por otro, la valentía de mirar allá donde el “Estado penal” no deja ver: las zonas ocultadas cuyo reconocimiento negamos por humillante. Existen y pervivien en razón de la eficacia, el control y las dinámicas institucionales violentas. Pero permanecen invisibles el día en que uno , por una mala jugada del destino, da con sus huesos en un “calabozo” minúsculo, sin luz, hacinado, maloliente –los hay en las comisarías y en los juzgados, y podrá suspirar de no haber hecho antes nada. Al menos, utilizar la palabra para no callar ante la injusticia o la humillación y tratar a los seres humanos como tales y no como objetos o conceptos. Sólo la verdad desnuda hace libre. Sólo la noviolencia activa personaliza y humaniza. por eso el crimen no tiene escusas, sobre todo cuando se ejerce con violencia. Por esto no ha violencia más cruel que la que ejerce de manera innecesaria el Estado cuando trasgrede las propias normas que se ha dado. Aunque sea políticamente incorrecto, esto pasa demasiadas veces. 

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